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16 de agosto de 2023

“Se escuchaban los gritos de los torturados y una voz que pedía agua”

Marcela Santucho prestó testimonio en el juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús.

El 9 de diciembre de 1975 Marcela Eva Santucho tenía 13 años y estaba en casa de su tía Ofelia Ruiz Paz de Santucho, en Morón, festejando el cumpleaños de un niño amigo de la familia.

“Estábamos jugando los más chicos, en el jardín delantero. Llegaron un auto o dos y bajaron unos hombres armados. El primero, encapuchado, entró corriendo y nos dijo que nos fuéramos porque podía ser peligroso. Fuimos a lo de una vecina, pero ella tenía miedo y nos dijo ‘vuelvan a su casa’. Minutos después salió uno de los hombres armados con mi hermano Mario en brazos y preguntando ‘de quién es este bebé’, y nosotras dijimos ‘es mi hermano’, y nos hicieron entrar.

”Adentro, estaban interrogando a los más grandes (su tía Ofelia y su prima María). Al rato, a los más chicos nos llevan en un Falcon. Ya comenzaba a oscurecer y nos dejan parqueados, no sé bien en qué lugar, alejado de todo, y ahí nos dejan toda la noche en ese auto, yo no quise ni siquiera ir al baño porque ya sabía lo que estaba pasando, después supe que era (el centro clandestino) Puente 12. Escuchaba los gritos de torturados, escuché un grito muy fuerte de hombre, como un alarido, había unos perros grandes rodeando el auto, y estuvimos ahí sin comer, sin beber, mi hermano lloraba porque era bebé y no habíamos podido ni cambiarle los pañales… Habíamos abierto las ventanas porque hacía calor, y estaba todo lleno de mosquitos, a la mañana siguiente estábamos preocupadas por las demás, no sabíamos qué había pasado con las mayores.

”Nos llevan a una oficina y estaban ellas ahí con mi tía, no pudimos ni saludarnos, nada, yo sólo me paré al lado de mi hermana Ana (14), y después nos trasladan en una especie de furgón y yo iba mirando, porque las mayores estaban atadas de manos y los ojos vendados, yo pude ver un cartel que decía ‘Quilmes’ y les conté a las demás. Llegamos a la comisaría (Pozo de Quilmes), en ese traslado no estaba mi tía, y ahí nos quedamos varios días, y estábamos juntas, aunque en celdas separadas, cuatro celdas creo, estaba yo con mis dos hermanas (Ana y Gabriela), tres primas mías (Susana, Silvia y Emilia) estaban en otra celda, y la prima mayor, María Ofelia, estaba con los dos nenes (Mario y Esteban Abdón, el niño del cumpleaños). Estábamos preocupadas por mi tía, que no la habíamos visto en esos días. Nos pudimos bañar, nos dieron de comer, y había unos presos en unas celdas abajo, que yo pensé que eran presos comunes, no sabíamos… y cuando nos asomábamos para mirar, ellos nos daban fuerza, que seamos fuertes, nos decían. Y a la noche mis primas escucharon quejidos, yo me dormí, y había una voz que pedía agua.

Había unos colchones cuando entramos a la celda y eran los de la casa de mi tía, que habían desvalijado. Esa noche, que yo no quise ir al baño, sí fueron mi prima mayor, mi hermana mayor, la prima que estaba conmigo en el auto también fue, y sufrieron manoseos. Como estábamos con las manos atadas, ellos, supuestamente, las ayudaban a ir al baño. Mi prima mayor, María Ofelia, que tenía 16 años, preguntó qué iba a pasar con nosotros y le dijeron ‘a vos lo mínimo que te va a pasar es que te cojan todos los soldados’, así que ella se quedó bastante traumada con eso. Nos salvamos, nos soltaron, porque ellos querían llegar así a nuestros padres.

El último día llegó mi tía Ofelia, entonces mis primas estaban más aliviadas, y al día siguiente vino el hombre que las había interrogado una por una, Carlos Españadero, que le decían ‘Mayor Peirano’, y nos lleva a un hotel en Flores, como carnada digamos, y ni siquiera se escondían para vigilarnos, nosotros salíamos al kiosco y nos seguían, nos dábamos cuenta. En un momento me voy al hall del hotel, y veo que había un hombre leyendo un diario, que lo tapaba todo, y veo que era Alejandro, tal cual era su seudónimo, su nombre verdadero era Carlos, que él después se pudo ir a Venezuela, y yo al darme cuenta que se estaba escondiendo atrás del diario me paro a su lado y escucho que me dice ´Váyanse a la Embajada de Cuba’.

Entonces me voy a la pieza a decirle a mis primas y mi tía justo había salido, y cuando ella viene les digo ‘¡está Alejandro, está Alejandro!’, y cuando salimos ya no estaba él. Después volvió, que habrá sido cuando se llevó al bebé, esa parte yo no la vi. Al niño Esteban vino a buscarlo un familiar, y vino para acompañarnos a la Embajada de Cuba Silvia Urdampilleta, que nosotros le decíamos ‘abuela’, porque habíamos vivido con ella un tiempo en las casas de los compañeros del PRT-ERP, y ya la conocíamos, y ella vino para acompañarnos en taxi, y pudimos entrar en la embajada, que fue todo una odisea porque estábamos nerviosas, no sabíamos si nos seguían, si nos iban a disparar por la espalda…

Ahí estuvimos un año entero porque necesitábamos un salvoconducto del gobierno para salir por el aeropuerto a Cuba, salimos en diciembre de 1976, después del asesinato en combate de mi padre, a mitad de año, el 19 de julio de 1976, mi abuela y mi abuelo habían podido salir del país para denunciar la represión que había en la Argentina ante la ONU, en Nueva York, en Ginebra, había ido a ver al Papa Paulo VI en el Vaticano, para denunciar todo esto y que nosotras estábamos presas en la embajada, que habían visto a su hija Manuela con vida en el Pozo de Banfield, ella estaba desesperada por su hija, y afuera no se sabía nada lo que pasaba en la Argentina”.

Antes de concluir su testimonio, Marcela se refirió al encuentro de su primo, el nieto 133: “Fue una gran alegría, un milagro, y una especie de mensaje de Cristina (Navajas, su madre) desde el más allá, pensamos mucho en ella y en su fortaleza”.

Fuente: Abuelas
Autor/a: Abuelas

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Daniel Santucho Navajas

Daniel Santucho Navajas

Nació el 10 de enero de 1977. Su madre, Cristina Silvia Navajas, fue secuestrada el 13 de julio de 1976 en la ciudad de Buenos Aires, embarazada de dos meses, mientras se encontraba en un departamento de la familia de su pareja, Julio César de Jesús Santucho, quien en ese momento no estaba en la Argentina. Junto a Cristina se llevaron a su cuñada, Manuela Santucho, y a una compañera de militancia, Alicia D’Ambra, también embarazada de un bebé que seguimos buscando. En el departamento, ubicado en Avenida Warnes 735, quedaron los dos hijos de Cristina, Camilo y Miguel, y el de Manuela, Diego. Por testimonios de sobrevivientes, pudo saberse que Cristina estuvo detenida en los centros clandestinos Automotores Orletti, Proto Banco y en el Pozo de Banfield.

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