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22 de junio de 2021

"Es de vital importancia que se complete este proceso de juzgamiento"

Miguel \"el Tano\" Santucho, integrante de Abuelas, fue testigo en el juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús.

Miguel Santucho, que busca a su hermana/o nacida/o en cautiverio, declaró en el juicio por los delitos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús. “Mi mamá nació en 1949, egresó del Normal 1, estudió Sociología en la UCA, y allí conoce a mi padre”.

“Él era el décimo y menor de la familia Santucho. Por esto, mi madre se vincula al PRT. Ella militó en Villa Fiorito, luego tuvo diversas responsabilidades, al momento de su secuestro era docente de las escuelas del PRT, enseñaba Historia de la Revolución Latinoamericana”.

“Para julio de 1976 ella hacía estas tareas. En casas quintas, por lapsos intensivos de 15 días, se formaban ahí a los militantes del PRT. En la casa de los Santucho, una familia tradicional de Santiago del Estero, el clima era de mucha participación y discusión política”.

“Había nacionalistas, comunistas… Buena parte de estos debates se superaron cuando Mario Roberto Santucho los puso de acuerdo a la mayoría de los hermanos, que militaron en el PRT. En mi familia paterna todos fueron perseguidos y desde antes del golpe de Estado del 76”.

“En 1972, la primera esposa de Mario Roberto Santucho fue ejecutada en la Masacre de Trelew. Luego, el hermano mayor, Amílcar, abogado, se fue exiliado, lo amenazaba la Triple A, pero fue capturado en Paraguay donde pasó más de 5 años preso en las cárceles de Stroessner”.

“Una de las hijas de Amílcar, Mercedes, está desaparecida, y otra, Graciela, estuvo presa toda la dictadura. En abril de 1975, mi tío, el Negro, fue desaparecido. Integraba la Compañía del Monte del ERP, y en una salida a la ciudad desapareció y, todavía, no sabemos nada”.

“El 8 de octubre de 1975, otro hermano de mi papá, Oscar, fue abatido en Tucumán en una emboscada. También era del ERP. Había salido del campamento a buscar provisiones. Su cuerpo fue exhibido como demostración de lo que le pasaba a los guerrilleros. Días después nací yo”.

“Me llamo Miguel porque era su nombre de guerra. Mi padre era el décimo hijo. Desde chico, la familia pensó para él una carrera en la Iglesia. Fue pupilo, se recibió de teólogo y estaba a punto de hacerse cura cuando, por suerte, conoció a mi madre y en 1971 se casaron”.

“En 1973 tuvieron su primer hijo, Camilo, y 1975 nací yo. Más tarde sabríamos del embarazo de mi madre al momento de su secuestro, cuya historia tiene que ver con la de Carlos Siver, un contador de Aceros Zapla, peronista ortodoxo con militancia barrial, no ligado al PRT”.

“Por eso en la familia Santucho le habían dado el rol de nexo y depositario de fotos, documentos y recuerdos. Él creía que, por no estar ligado, estaba resguardado, a salvo, pese a que su hija sí era militante del PRT y había caído en Monte Chingolo en diciembre de 1975”.

“Ese hecho influyó en lo que pasó después. El 12 de julio de 1976 se presentan en las oficinas comerciales de Aceros Zapla y Carlos, voluntariamente, dice que no tiene nada que esconder y así se lo llevan. Al día siguiente se produce el allanamiento en Avenida Warnes 735”.

“Allí vivía Manuela Santucho, hermana de mi papá, que había llegado hacía poco de Cuba. Era un departamento usado por la familia donde paraban mis abuelos cuando venían a Capital. Mi madre estaba de casualidad en la casa. También estaba ahí otra compañera, Alicia D’Ambra”.

“Alicia se había fugado de la Cárcel del Buen Pastor en Córdoba. En el operativo secuestran a las 3 y nos dejan a los 3 nenes, al hijo de Manuela, a mi hermano y a mí. Mi abuela Nélida, madre de Cristina, fue a buscarnos porque la llamó un vecino. Se oían nuestros gritos”.

“Mi abuela nos encontró, juntó cosas para llevarnos, ella estaba con mi tío Jorge, su hijo menor. En una cartera de mi mamá, encuentra una especie de diario. Así se entera que estaba con un atraso y casi convencida de estar embarazada. Nosotros nos quedamos con mi abuela”.

“Esa noche mi abuela recibió un llamado de Cristina, que aparentemente estaba en Coordinación Federal y la dejaron llamar. Después fue vista en Automotores Orletti, centro clandestino gestionado por la SIDE, en Floresta, por donde pasaron muchas víctimas del Plan Cóndor”.

“Acá llegan las tres, Cristina, Manuela y Alicia. Están poco menos de un mes. Como eran consideradas parte de la familia Santucho, en las torturas se ensañaban con ellas. Cuando Mario Roberto Santucho fue abatido en Villa Martelli, en Orletti hicieron un festejo macabro”.

“Bajan al patio a los detenidos, atan a mi tío Carlos a un arnés con cadenas para alzar motores, lo sumergen una y otra vez en un tanque de agua ante todos. Y a mi tía Manuela la obligan a leer del diario la nota del abatimiento. Varios compañeros uruguayos contaron esto”.

“Luego del 13 de agosto, son llevadas al centro clandestino Proto Banco, donde la crudeza de la tortura era cotidiana, para imponer el terror y quebrarlas. Cristina llegó a Banfield cerca del 28 de diciembre con un embarazo avanzado, como relató Pablo Díaz en este juicio”.

“Permanecen allí hasta abril de 1977. Adriana Calvo de Laborde llegó el 15 de abril de 1977, justo cuando estaba por dar a luz a su hija Teresa, y se reencuentra con compañeras que estaban antes en Pozo de Arana. Y una vez que tuvo a la bebé, todas querían estar con ella”.

“Adriana pasaba de una celda a otra y así estuvo con Manuela, Alicia y con mi mamá, Cristina, que ya no estaba embarazada. Según Adriana, tenían una fortaleza envidiable. Mi mamá tenía la voluntad de hacer llegar un mensaje afuera para que la buscaran a ella y a su hijo”.

“Mi abuela honró de forma extraordinaria esa voluntad. Ni bien se enteró del secuestro, la buscó, presentó habeas corpus, se integró a #Abuelas de Plaza de Mayo y se murió buscando a su hija y a su nieto o nieta, cuya fecha de nacimiento fue entre enero y febrero de 1977”.

“Mi viejo habló con mi abuela el 14 de julio de 1976, se enteró desde el primer momento lo que había ocurrido. Y mi tío Jorge, hermano menor de mi mamá, arrastró el resto de su vida el trauma por este hecho. Mi papá se comunicó con el partido para poder sacarnos del país”.

“Dos militantes, que se hicieron pasar por pareja, nos sacaron del país. Susana Fantino, compañera del partido, italiana, simuló ser nuestra madre. Luego formó pareja con mi papá, en 1980 tuvieron a mi hermana Florencia y con Susy sigo teniendo una relación casi de hijo”.

“Del 77 al 80 vivimos en Italia, del 80 al 82 en México, y después, como mi papá y Susy dejaron de militar, regresamos a Italia donde ella tenía toda su familia y allí nos criamos. En 1985 vuelvo por primera vez a la Argentina donde mi abuela ya era secretaria de Abuelas”.

“Se había jubilado de la Caja de Nacional de Ahorro y Seguro para dedicarse a la búsqueda. Viajaba mucho al exterior y cuando iba a Europa, a Ginebra, a la sede de la ONU, siempre encontraba tiempo para visitarnos. Pero, en 1985, fui por primera vez a la sede de #Abuelas”.

“Ahí me enteré por qué mi abuela estaba en Abuelas. Yo buscaba la foto de mi mamá en una de las carpetas de casos y, al encontrarla, vi que entre la foto de ella y de mi papá había un cuadro sin foto: ‘Niño/niña nacido en cautiverio’, decía. Por mucho tiempo no pude procesarlo”.

“En mis años en Italia sabía todo eso, pero había momentos, como los cumpleaños, en los que sentía una felicidad incompleta. En 1992, ya adolescente, volví por segunda vez a Argentina. Había empezado a militar en Italia en los institutos secundarios y vine con ese impulso”.

“Me acerqué a una marcha de secundarios. Fue uno de los momentos importantes en mi vida. En la desconcentración, me paré frente a una pintada que decía ‘Santucho vive’ y esto me retrotrajo a mi #identidad. Yo sabía la historia de mi familia, pero sin ningún correlato real”.

“Verlo plasmado ahí, en pibes de 16, 17 años… Sentí que se me estaba escapando la tortuga, como decía el Diego, que tenía que hacerme cargo de mi historia y reconstruirla. Así, el 12 de agosto de 1993, vuelvo definitivamente. Fue uno de los años más difíciles de mi vida”.

“Estaba solo, no tenía amigos ni compañeros de colegio. Vivía con mi abuela, generando una relación con ella también, y por entonces me empiezo a relacionar con mis primos y a conocer a toda mi familia. Fue muy sencillo, natural, como si siempre hubiésemos estado juntos”.

“En ese camino, me acerco a Abuelas de Plaza de Mayo, donde mi abuela seguía siendo muy activa, pero aún me faltaba mucho camino para aportar algo. En 1996 me entero por una prima, Ana, de la existencia de la agrupación Hijos, que paso a integrar a principios de ese año”.

“Fue una etapa importante. Estuve en Hijos hasta fines del 99. Luego del nacimiento de mis hijos me distancié, pero en esos años empecé a reconstruir el cautiverio, a escuchar los testimonios, a encontrarme con compañeros suyos y amigas de mi madre para saber más de ella”.

“Un momento significativo fue el 24 de marzo del 96, para los 20 años del golpe. Fue entrar a una Plaza de Mayo repleta con la bandera de Hijos y la gente nos aplaudía. Esto me reafirmó lo bien que había hecho en volver al país. Y la relación con mis compañeros de Hijos implicó un cambio en la afectividad y la forma de relacionarme. Sentíamos ser hijos de la misma historia, nos sentíamos hermanados. Y en este proceso de reconstrucción me encontré con Virginia Ogando, nieta de Delia Giovanola y hermana de Martín (nieto restituido por Abuelas en 2015)”.

“Yo trataba de encontrar a Alicia Carminatti, sobreviviente del Pozo de Banfield que vivía en Australia, pero con quien Virgina tenía una muy buena relación y justo estaba parando en su casa. En ese encuentro me sorprendí de lo mucho que había podido reconstruir Virginia”.

“Con el tiempo me doy cuenta que nuestra búsqueda, al no tener respuestas, puede generar una sensación muy fuerte de angustia. Sentís que cada día que pasa alimenta esa oscuridad y esa perversidad que los genocidas, con sus métodos, quisieron inocular a toda la sociedad”.

“Empecé a reconstruir mi historia. Con mi primo Diego fuimos a conocer los sitios de cautiverio de nuestras madres. El primero fue Orletti, donde funcionaba en ese momento un taller clandestino en el que inmigrantes de países vecinos trabajaban en condición de esclavitud”.

“Un guardia nos dijo que no podíamos pasar, pero también nos dijo que el lugar estaba como habitada por espectros, que se oían ruidos de cadenas y torturas. Y yo siento que la recuperación de estos lugares de memoria ha colaborado en ahuyentar, en parte, a estos fantasmas”.

“También estuve en Pozo de Banfield, recuerdo la sala de tortura, un cuartito mínimo, totalmente despojado. Creo que es necesario reconocer los espacios para entender la realidad de los hechos. Desde mi militancia en Hijos también tuve la necesidad de buscar a mi hermano”.

“Mi abuela, simbólicamente, me entregó toda la documentación de la búsqueda de mi madre y mi hermano/hermana. Fue un aprendizaje todo el tiempo lo que iba pasando. El 2 de mayo de 2012, tras más de un mes internada, falleció. Y yo, por primera vez, pude elaborar un duelo”.

“Antes tenía dificultad en expresar dolor, llorar, pero con mi abuela se revirtió. Le pude decir y expresar todo el amor y el reconocimiento por lo que había hecho por nosotros y la pude dejar ir en paz. Su última voluntad fue que tiráramos sus restos al Río de la Plata”.

“Esperaba rencontrarse allí con Cristina, porque una de las posibilidades era que hubiera sido tirada al río en un vuelo de la muerte. Después me acerco nuevamente a Abuelas, esta gran experiencia de búsqueda colectiva que va a trascender en la historia social argentina”.

“Lo que lograron estas mujeres es impresionante. Y quiero destacar la importancia de que el Estado haya impulsado las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, se transitó un largo camino, pero falta mucho, es de vital importancia q se complete este proceso de juzgamiento”.

“Y que las condenas queden firmes antes de que mueran los genocidas, por los crímenes imputados, la perversidad de la desaparición y la apropiación de bebés, porque estos delitos siguen, cada día es una gota que viene a lastimar nuestras conciencias y nuestros sentires”.

“Los hijos de los nietos apropiados van a seguir padeciendo esta falta de identidad si no se resuelve. Es injusto que los responsables de estos crímenes accedan a ningún beneficio en sus condenas. Todavía hoy tienen las respuestas que mi abuela estuvo buscando”, concluyó.

Fuente: Abuelas
Autor/a: Abuelas

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Daniel Santucho Navajas

Daniel Santucho Navajas

Nació el 10 de enero de 1977. Su madre, Cristina Silvia Navajas, fue secuestrada el 13 de julio de 1976 en la ciudad de Buenos Aires, embarazada de dos meses, mientras se encontraba en un departamento de la familia de su pareja, Julio César de Jesús Santucho, quien en ese momento no estaba en la Argentina. Junto a Cristina se llevaron a su cuñada, Manuela Santucho, y a una compañera de militancia, Alicia D’Ambra, también embarazada de un bebé que seguimos buscando. En el departamento, ubicado en Avenida Warnes 735, quedaron los dos hijos de Cristina, Camilo y Miguel, y el de Manuela, Diego. Por testimonios de sobrevivientes, pudo saberse que Cristina estuvo detenida en los centros clandestinos Automotores Orletti, Proto Banco y en el Pozo de Banfield.

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